Arequipa, julio del presente siglo.
Señor:
Perú
Presente.
Querido país:
Luego de mis cordiales saludos le dirijo estas líneas por recordarse un aniversario patrio. Quiero decirle que desde que tengo uso de razón las fiestas patrias han estado cargadas de chauvinismo, desmemoria y “criollismo”. Por una ridícula razón, los 28 de julio sólo se busca homenajear a los episodios de la proclamación de la independencia, a San Martín en plena de plaza de armas al lado de eufóricos limeños comerciantes. Muchos creen que eso conmemoramos el día patrio. Para ser incluso extremista, la principal fiesta del país está asociado a los militares, a los desfiles, a los héroes y próceres, al culto bélico y fratricida. Hay una gran equivocación histórica y cívica, mi patria no es una bandera ni un desfile y mucho menos una música criolla.
Mi patria, en primer lugar, son las personas de carne y hueso, hombres y mujeres, niños y niñas, ancianos y ancianas, trabajadores o desocupados, deportistas y artistas, que aquí viven –y no en el extranjero-, que aquí crean futuro, que aquí sufren y aquí bailan, que aquí mueren y aquí nunca mueren. La patria no es la escarapela tan bonita y decorativa de solapas de ternos finos. La patria, primero son los peruanos y peruanas no importando su color de piel, su grado de instrucción, su dinero, su vivienda. La patria es de todos los que nacimos en ella. La patria no la creó San Martín, que soñaba con hacerla una vieja monarquía, ni es de Bolívar que defendiendo la república y el integracionismo, terminó siendo dictador en los primeros años de la naciente república.
La patria no se forjó solamente en las gestas emancipadoras de inicios de siglo XIX sino que arrancó desde la lucha de los indígenas, negros y esclavos de Túpac Amaru, Túpac Katari, Juan Santos Atahualpa, de Micaela Bastidas, pasando por los héroes incógnitos de la infausta guerra del pacífico, de las mujeres de los comedores populares, de los humildes maestros de las zonas de frontera, de los honrados policías que enfrentaron al terrorismo y la delincuencia, de los soldados muertos en el cuartel y no en la guerra... la patria la hacemos a diario, muchas veces en el anonimato pero somos el protagónico devenir social.
Pero además la patria, también son sus riquezas, sus recursos, sus manantiales, sus ríos de Javier Heraud, sus lagos altiplánicos, sus paisajes serranos, sus plazas de armas, sus calles mojadas, sus torrenteras y huaycos, sus aguaceros, sus sequías, sus pescados y su flora-fauna multivariada. El Perú también lo forma su territorio, diverso e inagotable, deslumbrante y acogedor. No somos un país cualquiera ni menos el mejor de todos, somos sencillamente irrepetibles y únicos. Por ello la patria no es Lima que se apoderó del poder en la colonia y la república, la patria es hasta el último confín misterioso de la frontera donde también se siente el corazón peruano.
Y la patria es su cultura que tiene “o de inca o de mandinga”, su música chicha y rokera, sus comidas con plátano o maca, sus huaynos o marineras, sus ritos religiosos o ecuménicos, sus poetas y narradores. El Perú no es sinónimo de la música criolla ni del cajón y la marinera, el Perú es más diverso que la imagen centralista de Lima o de los llamados “costeños”. El Perú es de Chacalón, los Dávalos, Miki Gonzáles y Sonia Morales. El Perú es también de los reclamos sociales, de las tomas de carreteras, del ajusticiamiento a delincuentes y alcaldes, del soborno y coima a algunos jueces... el Perú es tan complejo que no puede quedar sellado por la visión repetitiva y sicótica de quienes ven en la patria un desfile, una foto o una cerveza.
Este 28 de julio, no es tampoco uno cualquiera. Nos ha tocado vivir no sólo una época de cambios sino un cambio de época. Debemos pasar de un viejo estado que se cae sin necesidad de empujarlo, y de un gobierno ineficiente y corrupto, a un nuevo estado, una nueva república que se base en la democracia participativa, la descentralización y eso que suena a poema, basado en la belleza. No supone cambio de personajes sino de personas, una nueva cultura de ciudadanos libres, con derechos y deberes, con conciencia que no vivimos el momento sino el momento de vivir. Así el Perú crecerá desde la piedra, desde el verso y desde el pan.
Un abrazo. gabrielvelaquico@gmail.com
Señor:
Perú
Presente.
Querido país:
Luego de mis cordiales saludos le dirijo estas líneas por recordarse un aniversario patrio. Quiero decirle que desde que tengo uso de razón las fiestas patrias han estado cargadas de chauvinismo, desmemoria y “criollismo”. Por una ridícula razón, los 28 de julio sólo se busca homenajear a los episodios de la proclamación de la independencia, a San Martín en plena de plaza de armas al lado de eufóricos limeños comerciantes. Muchos creen que eso conmemoramos el día patrio. Para ser incluso extremista, la principal fiesta del país está asociado a los militares, a los desfiles, a los héroes y próceres, al culto bélico y fratricida. Hay una gran equivocación histórica y cívica, mi patria no es una bandera ni un desfile y mucho menos una música criolla.
Mi patria, en primer lugar, son las personas de carne y hueso, hombres y mujeres, niños y niñas, ancianos y ancianas, trabajadores o desocupados, deportistas y artistas, que aquí viven –y no en el extranjero-, que aquí crean futuro, que aquí sufren y aquí bailan, que aquí mueren y aquí nunca mueren. La patria no es la escarapela tan bonita y decorativa de solapas de ternos finos. La patria, primero son los peruanos y peruanas no importando su color de piel, su grado de instrucción, su dinero, su vivienda. La patria es de todos los que nacimos en ella. La patria no la creó San Martín, que soñaba con hacerla una vieja monarquía, ni es de Bolívar que defendiendo la república y el integracionismo, terminó siendo dictador en los primeros años de la naciente república.
La patria no se forjó solamente en las gestas emancipadoras de inicios de siglo XIX sino que arrancó desde la lucha de los indígenas, negros y esclavos de Túpac Amaru, Túpac Katari, Juan Santos Atahualpa, de Micaela Bastidas, pasando por los héroes incógnitos de la infausta guerra del pacífico, de las mujeres de los comedores populares, de los humildes maestros de las zonas de frontera, de los honrados policías que enfrentaron al terrorismo y la delincuencia, de los soldados muertos en el cuartel y no en la guerra... la patria la hacemos a diario, muchas veces en el anonimato pero somos el protagónico devenir social.
Pero además la patria, también son sus riquezas, sus recursos, sus manantiales, sus ríos de Javier Heraud, sus lagos altiplánicos, sus paisajes serranos, sus plazas de armas, sus calles mojadas, sus torrenteras y huaycos, sus aguaceros, sus sequías, sus pescados y su flora-fauna multivariada. El Perú también lo forma su territorio, diverso e inagotable, deslumbrante y acogedor. No somos un país cualquiera ni menos el mejor de todos, somos sencillamente irrepetibles y únicos. Por ello la patria no es Lima que se apoderó del poder en la colonia y la república, la patria es hasta el último confín misterioso de la frontera donde también se siente el corazón peruano.
Y la patria es su cultura que tiene “o de inca o de mandinga”, su música chicha y rokera, sus comidas con plátano o maca, sus huaynos o marineras, sus ritos religiosos o ecuménicos, sus poetas y narradores. El Perú no es sinónimo de la música criolla ni del cajón y la marinera, el Perú es más diverso que la imagen centralista de Lima o de los llamados “costeños”. El Perú es de Chacalón, los Dávalos, Miki Gonzáles y Sonia Morales. El Perú es también de los reclamos sociales, de las tomas de carreteras, del ajusticiamiento a delincuentes y alcaldes, del soborno y coima a algunos jueces... el Perú es tan complejo que no puede quedar sellado por la visión repetitiva y sicótica de quienes ven en la patria un desfile, una foto o una cerveza.
Este 28 de julio, no es tampoco uno cualquiera. Nos ha tocado vivir no sólo una época de cambios sino un cambio de época. Debemos pasar de un viejo estado que se cae sin necesidad de empujarlo, y de un gobierno ineficiente y corrupto, a un nuevo estado, una nueva república que se base en la democracia participativa, la descentralización y eso que suena a poema, basado en la belleza. No supone cambio de personajes sino de personas, una nueva cultura de ciudadanos libres, con derechos y deberes, con conciencia que no vivimos el momento sino el momento de vivir. Así el Perú crecerá desde la piedra, desde el verso y desde el pan.
Un abrazo. gabrielvelaquico@gmail.com
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